La cerámica ya se utilizaba en el 1.500 a.C., no solo para revestir suelos y paredes, también para transportar vino, como soporte para alimentarse o como contenedor de agua destinada al aseo personal. ¿Por qué se ha venido utilizando la cerámica para estos usos relacionados con la alimentación, el cuidado y el aseo? La respuesta es sencilla: por sus características higiénicas.
Gracias a la baja porosidad de la cerámica, esta no absorbe ni la humedad ni la suciedad. Sus propiedades antibacterianas y antialérgicas lo sitúan como el material más adecuado para aquellos espacios donde hay que tener especial cuidado con la higiene, de ahí que tradicionalmente se haya utilizado en cocinas y cuartos de baño, aunque su uso se ha extendido al resto de las estancias para dar respuesta a esta necesidad de asepsia en todos los espacios. No olvidemos que la cerámica evita el desarrollo de colonias de gérmenes y hongos.